Carta IV

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Lo encontré en el kinder, mientras merodeaba en el patio entre las plantas. Me sorprendió encontrarlo y sentí algo raro. No sé si fue por su corte de cabello, los zapatos que llevaba o que su ropa estaba muy limpia. No sé, pero me hizo pensar algo. No era como yo. 

Mis zapatos siempre estaban llenos de tierra, mi vestido sucio. Yo no era de las niñas bonitas del salón, ni me interesaba. A mí me gustaban los bichos y me gustaba pasar tiempo con ellos.

¿Te gustan los bichos? – le pregunté con las manos hechas cuevita contra el suelo – Ajá – contestó. – Aquí tengo un grillo… se llama Ramón. No lo vayas a espantar – Advertí – A ellos no les gustan los humanos, les dan miedo -. Muy despacito fui quitando mis manos y Ramón se dejó observar. Observamos sus patas y nos reímos a carcajadas por sus ojos chistosos. Le dije que cuando estuviera ahí conmigo, viendo bichos, debería comportarse como si fuera uno de ellos – no los puedes asustar porque corren y se van llorando con su mamá -.

Vimos catarinas, libélulas, muchas mariposas, hormigas y grillos. A él le daban miedo las abejas. No sé de donde me inventé que si le ponía un poco de lodo con hojas secas en la cabeza, las abejas lo confundirían con un árbol. Él dejaba que se las pusiera, con eso perdía el miedo y se acercaba mucho a las flores para ver cómo las abejas clavan la cabeza entre los pétalos. 

A veces, no iba conmigo en el recreo, sino que se iba a jugar con los otros niños. Cosas de niños: encantados, pelota, escondidillas. Estaba bien, no quería que pensaran que era mi novio…¡Fuchila! Poco a poco eran menos los días que iba a jugar con otros niños, y más los que estaba conmigo viendo bichos. 

Descubrimos que hay flores que tienen como una lengua y otras que no. Había unas espinosas y secas que arrancábamos con cuidado para chupar la miel ¡les ganamos a las abejas! Había otras flores chiquitas y moradas que se pegan a tu ropa. Siempre regresábamos al salón con algunas pegadas. Él escondía unas entre mi cabello diciendo – sólo nosotros sabemos que están ahí-. Mi mamá me las quitaba diciendome que quién sabe dónde me revolcaba yo. 

Cuando era época de lluvia salían las palomillas. Contábamos las alitas perdidas que dejaban en el jardín. También salían escarabajos muy raros del lodo. Los poníamos en nuestros brazos para ver cuál avanzaba más rápido. Siempre ganaban los míos y él decía que yo hacía trampa ¡qué mal perdedor!

Una vez se metió una mariposa negra y grande al salón. Todos los niños querían matarla porque decían que “era la muerte”. Yo ya las había visto antes y les gritaba que no la mataran, que no hacían nada. Las otras niñas se burlaron de mí porque lloré. En el recreo, él me regaló un dibujo de la mariposa para que no estuviera triste. Sentí tan bonito que aún lo conservo. 

Ahora que hago memoria, fueron aventuras muy gratificantes. Después de eso, el tiempo pasó, el kínder terminó y no volví a saber nada de él. Seguro te acuerdas de todas estas anécdotas… y, seguramente, no te acordabas de mí. Pero me da gusto que coincidamos aquí, volviendo a ser compañeros, después de tantos años y estudiando biología.


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