Carta II

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Estamos sentados aquí, en la terraza de este café. El viento tibio sopla, es una tarde de verano. Las nubes, esponjosas y blancas, contrastan con el cielo azul. 

La luz dorada del sol ilumina tu rostro, tu sonrisa. No es perfecta, pero es perfecta para mí. También yo me río. Trato de mantener los ojos bien abiertos para no perder la atención de tus gestos. ¿Quién hubiera dicho que era tan sencillo fabricar un momento tan perfecto? 

Levantas la taza, bebes un sorbo, la regresas a la mesa. Te queda espuma en el labio superior. Sin avisarte y sin que te percates, te observo. Sonríes ¿Cómo preparaste el café? Me pregunto ¿Dos o una de azúcar? No quiero perder detalle y a la vez quiero disfrutarlo. 

¿Quién hubiera dicho que era tan sencillo fabricar un momento tan perfecto? Me hablas profundo, muy profundo. Tus palabras rebotan en mi pecho y llegan hasta el corazón. Aunque yo no pudiera ver, estaría perdidamente enamorado de tí. Me explicas lo que hay en tu mente. Me inyectas tu entusiasmo. 

Mueves las manos en el aire mientras hablas. Dices lo que cualquiera puede decir, pero nadie lo puede decir como tú. Acentúas las palabras, las afinas con las manos. Danza hipnótica que me atrae a tus ideas y a tu ser. 

Sin embargo, sucede. 

Sucede que la perfección no es para siempre. Sucede que todo cambia. Sucede que desvías la mirada, tus ojos se arrugan ligeramente, encorvas la espalda. Veo la taza caer muy lentamente y reventar contra el suelo. Veo la espuma salpicar por todos lados y levanto la mirada en fracciones de segundos para observar como te llevas la mano al pecho, presionas fuerte. 

Sucede que no sé cuánto tiempo exactamente ha pasado, pero estamos en el hospital. Bajamos de la ambulancia y no me despego de tu lado. Tú, acostada, logras abrir levemente los ojos, los observo directamente. Sucede que llegamos a un punto en el que no me es permitido pasar, veo cómo te alejas para no verte jamás. 

Sucede que han pasado tantos años y estoy aquí, al pie de esta roca grabada, leyendo esta carta, sin sostener el llanto. Pensando que eras todo lo que había soñado y nada de lo que podría imaginar.


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